domingo, 31 de diciembre de 2017

Fragmentada en el país de la carne, el bife y el choripán
(veganismo, izquierda y academia)



Antes, algunas precisiones. Para mí, el veganismo es una postura política comprometida con terminar la dominación, la injusticia y las desigualdades de todos los animales, no humanos y humanos; quienes la asumimos hacemos lo posible, procuramos... que todas nuestras prácticas, individuales y colectivas,  a corto y a largo plazo, sean congruentes con ello. Y para mí, ser de izquierda significa una postura política comprometida con acabar la dominación, la injusticia y las desigualdades sociales, generalmente en un marco organizativo no necesariamente de partido, cuyo fin último sería terminar con el capitalismo para instaurar un orden social basado en la justicia. Y finalmente, las perspectivas críticas en la academia serían aquellos abordajes que, desde la Universidad, busquen contribuir a poner fin a las opresiones ya mencionadas. Superficialmente no parecieran ser posturas contradictorias; sin embargo, existe una profundidad en cada una e intereses específicos que hacen que entre las dos primeras exista un abismo casi insondable (la izquierda, que considera al veganismo un reclamo burgués, y el veganismo, que considera a la izquierda inútil y anquilosada); por su lado, lo académico padece de cierta incapacidad para convertir sus “descubrimientos” en algo útil socialmente hablando (en un sentido transformador). Mi vida ha oscilado entre tales posturas, por lo que muchas veces me siento fragmentada, frustrada y sinsentido. Intentaré no teorizar al respecto, sino hablar de mis experiencias alrededor de ello en estos ya casi nueve meses en Argentina, el país de El Matadero,[1] del asado y el choripán.


Desde que nos íbamos a venir a Buenos Aires, algunos de nuestros familiares y amigos medio que se reían de nosotros: ¿cómo se van a ir a Argentina, el país de la carne, si ustedes no comen carne? Hace unos días, una estudiante de artes, Mora Vitali, nos habló de esa figura nacional del gaucho, desafiando las adversidades de la pampa, mientras sentado solo y en la inmensidad, se come su asado.

Imagen 1: póster popular del asado. Imagen 2: foto de un refrigerador en el mercado de San Telmo, deAdrián Cobos.

Confieso que tenía mis temores al respecto. Me preguntaba si tendríamos dificultades por ello; en cambio, Adrián decía que, al ser una ciudad tan “cosmo”, tan vanguardista, seguramente también habría muchas opciones. No se equivocaba. A los pocos días, caminando sin rumbo, encontramos en la calle, específicamente en la Plaza San Martín, un puestito en donde vendían alfajores y carnes vegetales. Poco después, para celebrar mi cumpleaños, apenas a 15 días de haber arribado a Buenos Aires, conocimos Konu, un famoso bar (así le dicen a los restaurantes; recuerdo cuando mi asesora del doctorado me citó en uno y yo pensé: ¿Cómo? ¿Un bar? ¿Vamos a tomar unas copas, mientras hablamos de trámites y de mi investigación?). Desgraciadamente, en Konu pedí un pastel espantoso, cubierto y relleno de una especie de chantillí, que afligió mi día. Al parecer a los argentinos les gustan así los pasteles… Aunque nos decepcionamos de ese lugar, y como siempre escuchábamos maravillas de él, volvimos a ir varias veces y aprendimos que el secreto era no pedir postres. Pronto se convirtió en uno de los lugares que más visitamos porque, entre otras cosas, venden comida por peso que cuesta lo mismo que cualquier otra (con eso de que la comida vegana suele venderse más cara, aunque su producción sea más barata…): albóndigas, hummus, mayonesa, “quesos”, papas con “crema”, guisos de “carne”, tabule, ensaladas, croquetas de verdura con “huevo”, guisos de tofu, arroz, pasta, empanadas… Puras cosas deliciosas.

Fotos mías del celular

En fin. Nos dimos cuenta de que estábamos rodeados de bares, cafés, pizzerías y comercios de todo tipo, que venden comida vegana. Muchos más de los que teníamos al alcance en México. ¿Cómo es posible que esto ocurra en el país del bife? Y al fin pude probar el platillo nacional, un increíble choripán (llamado chorisaurio, por su monstruoso tamaño y cantidad de grasa, creación de La Reverde, parrillita vegana) que solemos comer al menos una vez cada 15 días, casi digno de reemplazar los tacos de pastor y tortas de la Gatorta y Taquería vegana de Ciudad de México.

Lo que más nos entusiasmó fue que, al menos lo que hemos conocido, el veganismo aquí tiene un aire más activista que en México, y como más alternativo. El descubrimiento estrella fue el minisúper vegano, que se hace cada mes en una casona vieja (que se está cayendo) con un toque muy particular, nada “fresa”, nada “cheto”, sino todo lo contrario, más popular, más alterno. Nos impresionó la cantidad de gente que hace fila para ingresar… cuando las puertas al fin abren, entramos todos desesperados a agarrar, antes de que alguien te gane, aquellos productos que más necesita el antojo gordivegano… manos como pulpos tomando salchichas, milanesas, chorizos, pancetas, pizzas, empanadas, sorrentinos, donas, muffins, helados, panes, chocolates…


Otro hecho que nos ha sorprendido es la cantidad de vegetarianos o veganos que hemos conocido fortuitamente en Buenos Aires. En México, creo que solo una vez llegué a conocer a alguno sin estar en un contexto propicio. Acá he conocido siete: compañeros de escuela o trabajo, o amigos por otras circunstancias. Aunque… no me había dado cuenta, sino hasta hace poco, de que sólo una es argentina; los demás: dos brasileñas, una chilena, dos colombianos y una mexicana (y, como pueden notar, la mayoría son mujeres; los dos hombres, homosexuales). ¡Nunca me hubiera imaginado conocer tantos latinos! (También he conocido ecuatorianos, bolivianos, venezolanos, uruguayos, coreanos, nigerianos…).

En esta foto de Adrián Cobos, vemos a nuestros amigos Nicolás y Andrés (vegetariano), 
a quienes conocimos por Face, ya que Nico pensó ir a México a estudiar cine.

Como todos estos extranjeros sabrán, y sobre todo cualquiera que venga a Buenos Aires (donde los platos nacionales son únicamente empanadas, pizza, pasta y diferentes versiones de carne acompañadas de puré de papas o de camote), la comida siempre es un tema difícil. Solemos sufrir bastante y de hecho es una de las cosas que más extrañamos. Extraño las tortillas, el mole, los tlacoyos, el tomate verde, la variedad de fruta y verdura, el comer diferente casi todos los días. Al principio, como con todo, estábamos extasiados y la ciudad nos parecía de lo mejor; todos los días comiendo empanadas, pizza, pasta fresca, hamburguesas (incluso en cualquier tienda venden opción vegetal de hamburguesa)… pero ahora, después de 7 kilos que he subido y Adrián ni un gramo, cada día nos fastidia (bueno, por temporadas) hacer malabares sobre qué vamos a comer.

Les recuerdo que la comida en general es carísima (como todo aquí), así que tampoco nos hace mucha gracia. Sin embargo, cada tanto encontramos o descubrimos cosas que nos sorprenden; por ejemplo, hace poco fuimos a Liniers, que nos pareció una especie de Pino Suárez combinado con central de abastos, y encontramos… ¡tamarindos!, ¡chiles frescos y secos!, ¡piloncillo! y algunas cosas extrañas que no conocíamos. Así que nos armamos de nuestra dotación de chiles y tamarindos e incluso comenzamos a fantasear sobre vender agua de tamarindo los domingos, como la que toma el Chavo del 8 (héroe nacional mexicano, referente para Latinoamérica ¡¿?!). Ya nos imaginábamos que compraríamos unas gorras del Chavo o algún identificador y que pregonaríamos en San Telmo (una especie de Coyoacán): “¡agua de tamarindo como la del Chavo!”.

Ío posando con Mafalda en San Telmo

San Telmo

Nos parece que el agua de tamarindo, marca Chavo, podría ser un buen negocio y venir a complementar nuestros ingresos en este país donde cada día es más difícil llegar a fin de mes (la inflación sumó 71 % desde que asumió Macri el poder), donde poco a poco van avanzando políticas, reformas y condiciones que atentan contra los derechos que antes parecían seguros (lo cual genera una considerable cantidad de marchas cada semana y mantiene muy activas a las organizaciones y al movimiento estudiantil; en respuesta, como en El Matadero, la represión va en aumento, baste citar el asesinato de Santiago Maldonado, de la lucha mapuche, o que ayer utilizaron a unos perros para amedrentar a las personas, aparte de los habituales gas pimienta y camiones hidrantes).

Foto de Adrián Cobos, donde sale una imagen de Maldonado

Como algunos sabrán, la investigación que estoy haciendo es justamente sobre el discurso del movimiento estudiantil, así que por eso y porque es el medio donde me muevo y suelo sentirme cómoda, me he acercado a varias organizaciones de izquierda o progresistas, y he notado que hay algunos temas que interesan a casi todos: el latinoamericanismo, la diversidad, el feminismo, por poner algunos ejemplos. En un principio, me pareció que se colgaban de las dos últimas banderas, sobre todo, y me fastidiaba un poco ver que casi todas las organizaciones tenían su sección feminista, pues la considero (¿o consideraba?) una estrategia para ganar más adeptos o lo políticamente correcto. De los grupos a los que me acerqué, el MST (Movimiento Socialista de los Trabajadores) ha sido el más fraterno, pues siempre me invitan a sus charlas, actividades o fiestas. Ellos tienen una organización llamada “Juntas y a la Izquierda” (hermoso nombre) de feministas socialistas. Pese a mis recelos iniciales, ahora pienso que realmente son feministas y que, como organización, tienen una verdadera agenda al respecto.[2]

Con ellas fui a uno de los eventos que más me han impactado en el marco de las luchas sociales: el Encuentro Nacional de Mujeres. Cada año desde 1986 (cuando nací) se reúnen alrededor de 50 mil mujeres (a veces más, a veces menos) de toda la Argentina, organizadas o no, a hacer talleres y discutir sobre estrategias para acabar con el sistema explotador y patriarcal. Los talleres, cerca de 70, son sobre salud física y mental, educación, política, pueblos originarios, hábitat, medioambiente, feminización de la pobreza, feminicidios, sexualidad, migración, pueblos originarios, aborto, abuso sexual, economía, activismo lésbico, bisexual y trans, etcétera, etcétera. Fue increíble. Una recarga de optimismo y energía como nunca la había vivido. La marcha final por la ciudad del Chaco, gritar junto a miles de mujeres, muchas “en tetas”, fue liberadora y transformadora. Me pregunto por qué esto no existe en todos los países. Pregunta que por ahora quedará sin respuesta.

En la marcha en el Chaco, en el ENM. Foto de Florencia Bonfigli

Sin embargo, confieso que me decepcionó que no existiera un taller, no que yo me enterara, que discutiera la relación entre la opresión de las mujeres y los animales no humanos, por poner un ejemplo; dado que se supone hay varias femiveganistas por acá y dado que, para muchos, hay una continuidad histórica entre las luchas contra la opresión por razones de raza, género, orientación sexual y especie… Otra inquietud que por ahora quedará archivada también. Mientras gritaba en la marcha y me aprendía las canciones, hubo una que despertó en mí una conocida frustración e impotencia (todas las demás me encantaron):

“Vamo´ a la lucha, compañera, vamo´ al frente,
que se lo pide toda la gente.
Con la violeta diversa y feminista,
con la bandera verde de la lucha ambiental
 y con la roja, de izquierda y socialista,
contra el capitalismo, machista y patriarcal.
Vamo´ a la lucha, compañera, vamo´ al frente
que se lo pide toda la gente.”

Sé que no todos deben ni van a pensar igual que yo, que hay procesos, que hay luchas en todos los ámbitos, pero no podía dejar de sentirme algo hipócrita al cantar, desde la izquierda feminista: “con la bandera verde de la lucha ambiental”. ¿Cuál lucha ambiental? Para mí la lucha ambiental tiene que contemplar la cuestión de que la producción de carne es la que más contamina el planeta. Estoy consciente de que es un dato muy oculto y de que suena a disparate, además de que atenta contra las comodidades inmediatas de las personas. Además, ¿es tan difícil pensar una posible relación entre las diferentes opresiones? No obstante, dado que lo importante es acabar con el capitalismo, lo demás puede quedar en segundo plano: podemos seguir comiendo asado, bife y choripán, y carnitas, patitas de pollo y tacos de suadero o pastor… Hay una tensión entre las prácticas individuales e inmediatos, y las prácticas sociales y a largo plazo en la izquierda (supongo que más bien en cualquiera) cuya contradicción todavía no logro conceptualizar del todo, pero que me fragmenta y escinde de la izquierda en general.

Compañeras del MST en el ENM del Chaco. Foto del celular

Pese a que aquello en realidad no mató, ni mucho menos, mi entusiasmo por la lucha social y política, un entusiasmo que más bien se ha ido renovando gracias a la gente y organizaciones que he conocido en Argentina, ratificó mi pesimismo sobre el futuro y mi frustración sobre la incompatibilidad, al menos a nivel social, de mis intereses, sobre todo en relación a las actividades que conforman mi día a día: las luchas políticas y el trabajo académico, que, por muy crítico que se quiera posicionar, poco impacto y utilidad parece tener en la realidad: ¿En verdad tiene sentido teorizar sobre el discurso del movimiento social? ¿A quién le va a ayudar? ¿El análisis crítico del discurso ha logrado que deje de discriminarse a las personas? ¿Cómo, si ni siquiera nadie sabe qué es la lingüística o para qué sirve? ¿Cómo, si los lingüistas no hemos sabido combinar nuestros saberes con otras áreas sociales?

Todas esas preguntas nos las hacíamos cuando, tiempo atrás en México organizamos un foro académico de lingüística en torno a la violencia de Estado y la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Recuerdo que uno de los compañeros sobrevivientes fue a escucharnos al evento y recuerdo también que ninguno de los trabajos presentados sirvió para hacer justicia y que ese compañero se fuera con la tranquilidad de que estábamos haciendo algo. Sólo fue para nosotros una “compra de indulgencias” (una frase para siempre grabada en mí, de mi amigo Christian Peñaloza), fue quedarnos tranquilos sabiendo que habíamos puesto nuestro granito de arena y luchado dentro de la Universidad para poder poner en un cartel la frase “violencia de Estado”. Es inútil nuestro trabajo. Inútil.

 Equipo de Lingüística Crítica en 2016. Foto de Adrián Cobos

Quizá estoy siendo demasiado dura e injusta, y quizá ese compañero al menos se fue con la sensación de que nos importaba lo que había pasado y de que había gente en la Universidad discutiendo acerca de porqué a sus compañeros los habían matado, gente gritando que no estábamos de acuerdo y a quienes nos dolía terriblemente el cuerpo torturado y sin rostro de Julio César Mondragón. Quiero pensar que así fue.

Y ahora, a tres años de aquella impunidad y de ese primer congreso que hicimos, intentamos mantener vivo aquel Facebook de Lingüística Crítica, publicando cosas relacionadas y con proyectos en puerta. Con casi 5 mil seguidores, quizá no sean tan pocas las personas que se interesan por la lingüística entendida como una herramienta de transformación. Así, buscando algo nuevo qué publicar en la página, algo que intentara conciliar al menos con lo académico otro de mis grandes intereses: la lucha por la igualdad animal, ocurrió un hecho que, por unos momentos, resucitó las esperanzas que algún día tuve a los 20 años, cuando estudiaba letras y creía que la literatura podría ser un arma. Desgraciadamente ahora no puedo ser tan ingenua, pero las dos cosas que descubrí en esta búsqueda removieron viejos sentimientos asociados al trabajo intelectual.

Me encontré con un área para mí desconocida, y que de hecho es muy embrionaria: la ecolingüística, la cual explora el papel del lenguaje en la relación de la especie humana con otras especies y con su entorno natural. Pues resulta que en el país de El matadero existe eso, y que hay un grupo de analistas del discurso interesados particularmente en la dominación que ejercemos sobre otros animales y en la importancia que ello tiene en el futuro de la vida misma.[3] No lo podía creer, sentí como si se estuviera revelando algo cuyo valor todavía no alcanzo a comprender. Y lo mejor fue que, al compartirlo en la página, despertó un gran interés en el público (debo confesar que no confiaba en que sucediera). De inmediato me contacté con Diego Forte, el representante de esta área en Argentina y, en una mesa del Instituto de Lingüística, se me abrieron posibilidades con las cuales parchar un poco el pesimismo al que tan bien me he estado acostumbrando.

El otro hallazgo extraordinario, recopado (muy chingón), fue el Instituto Latinoamericano de Estudios Críticos Animales[4] (al que llegué gracias a un artículo sobre las representaciones sociales del carnismo en Argentina) y el grupo de Ética Animal UBA. Para mi buena suerte, resultó que organizaban las I Jornadas Interdisciplinarias de Debate en torno a los Animales No Humanos. Con la fe medio renovada, decidí escribir una pequeña presentación reflexionando sobre algunos ejemplos de lenguaje especista en español y apelando a la conocida frase del activismo: “somos la voz de los que no tiene voz”. Asistir a este encuentro fue, sin duda, un hecho trascendental en mi vida.

En la foto se ven algunos de los libros que vendían en el coffee break y también está Fernanda (de blusa negra), 
una gran amiga también conocida circunstancialmente en la escuela de Adrián y con quien hemos 
compartido proyectos y deliciosas comidas brasileñas, mexicanas y argentinas.

Fue un encuentro insólito en cuyo coffee break se vendían libros como Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas; en donde había cascos de realidad virtual sobre los mataderos;[5] en donde había café con leche vegetal… Allí experimenté que la investigación desde las ciencias del lenguaje podría resultarle útil a otros profesionales del derecho, la educación, las ciencias de la salud, la veterinaria, la sociología o el arte, pues así me lo hicieron sentir; les pareció algo novedoso e interesante y se preguntaron por qué no lo habían visto desde esa perspectiva y cómo podría sumar a sus investigaciones. Platiqué con muchas personas, con quienes surgieron proyectos a futuro. Además conocimos una Facultad imponente e increíble a la que parece ser que sí destinan presupuesto (es una especie de Partenón, con columnas de mármol, exposiciones de arte, esculturas gigantes, salas con chimenea y pinturas antiguas, entre otros lujos. Adrián y yo nos increpamos el uno al otro: ¿ya ves? ¿por qué estudiaste letras? Ah, ¿pero querías estudiar cine, no?).

Facultad de derecho por fuera. Foto de Adrián Cobos

Facultad de derecho por dentro. Foto de Adrián Cobos

Ver que había cerca de cien personas (entre expositores y público) en la Facultad de Derecho, disertando sobre igualdad, derecho y política para los animales no humanos, como un problema que es transversal a diferentes disciplinas; cerca de cien humanos conociéndose, comiendo juntos, compartiendo esperanzas y frustraciones con respecto a la realidad y a la academia (¿por qué lo pondré como dos cosas a parte?); todo eso me hizo ver una pequeña ventana y me ayudó a recordar aquello que en ocasiones llegué a creer y a enunciar, de manera casi literal, cuando trabajaba de cerca con mis compañeros en México en el Cubo 300:[6] es nuestra responsabilidad posicionar ciertos temas, ciertos debates y ciertas posturas dentro de la Universidad, pues allí se construyen los saberes que son considerados legítimos para la sociedad, los saberes que son dignos de abordar, de reflexionar y de aplicar.

Así que, ¿tiene sentido cuestionar el papel del lenguaje en las prácticas de dominación que ejercemos día a día? Puede ser. A nueve meses de habitar el país de El Matadero, he descubierto tantas cosas que, no es que me hayan transformado radicalmente como me temía al principio (con la cuestión del acento porteño, por ejemplo), sino que me han ayudado a reencontrarme con los ideales que se me estaban empolvando y también me han hecho sentir que quizá sea posible encontrar un camino en el que puedan ser conciliados.




[1] Quizá algunos recuerden el considerado precursor del cuento latinoamericano (casualmente escrito en Argentina), de Esteban Echeverría: El Matadero, una obra en la que se mezclan el costumbrismo, el naturalismo y el romanticismo, y donde se hace una alegoría entre la dictadura de Rosas y un matadero: el placer por la tortura y la muerte de personas, bajo un régimen político, y el placer por la tortura y la muerte de un toro, bajo un orden social “normal”. El deseo de la carne y la barbarie. ¡Cuánto se podría reflexionar acerca de lo que implica que un cuento así sea el fundador de la literatura nacional argentina (junto con La cautiva) y del cuento latinoamericano! ¡Todo lo que ello dice sobre nuestras sociedades propensas a la violencia política y social (de donde no quiero excluir el carnismo)!
Retomo la frase de Paula Viturro, quien la usó en una conferencia que tituló “Reflexiones feministas en el país de El Matadero”.
[2] Además, recién publicaron un excelente libro, fruto de una investigación colectiva, llamado Mujeres en revolución. La nueva ola feminista mundial, en donde argumentan por una tercera ola y hablan de las relaciones entre marxismo, socialismo y feminismo.
[5] Por cierto, los interesados tienen que entrar a está página: voicot.com Voicot es una organización antiespecista que hace investigación en mataderos y tiene un hermoso cortometraje de stopmotion que tienen que ver. https://www.voicot.com/video
[6] Centro de Documentación y Difusión de Filosofía Crítica, de la Facultad de Filosofía y Letras. http://filoscritica.wix.com/centrofiloscritica